Una tarde, mi hijo Kevin me llama insistentemente mientras realizo mis tareas del hogar.  Cuando llego hasta donde él, me mira con cara triste, mostrándome el borde roto de una de sus sabanitas para arroparse.  Me muestra la rotura y me mira con ojos de “¿Lo puedes arreglar?” Me sonrió, algo triste, pero le pregunto: “¿Quieres ver como lo arreglo? Y él me mira con cara sonriente y me dice: “Si”.  Busco un pequeño costurero y veo que ya había una aguja con un hilo preparado y decido usarla pensando: “¿Para qué pasar trabajo? Es una simple rotura”.  Más cuando intenté usar esa aguja en esta tela, me di cuenta que la misma era muy gruesa para el tipo de textura y lo que iba a hacer en vez de repararla, era hacer una rotura mayor.  

Decido entonces preparar la aguja y el hilo, que con cuidado seleccioné, sabiendo que era la adecuada, para arreglar y cerrar la rotura.  Luego de unos diez minutos, le muestro a Kevin su sabanita arreglada, con una “cicatriz” bastante obvia, pero a él no le importó.  Me sonrió, la tomó en sus brazos, la abrazó, se arropó con ella y se quedó dormido.  ¿Qué historia tan sencilla, no?

La Palabra de Dios establece que debemos ser como un niño.  Tener la inocencia y la simpleza de un niño.  Creer y confiar como un niño.  Muchas veces vamos a venir con “roturas” delante de Dios, quien es nuestro Padre.  Con el conocimiento, la experiencia vivida y nuestra inteligencia, muchas veces pensamos: “Mejor no le digo nada, igual me regaña” “Mejor no le digo nada, y si no quiere” “Y si me dice: Te lo dije”… Yo te aseguro que tu Padre siempre va a querer “repararnos”. Mientras estaba allí al lado de mi hijo, de reojo podía observar sus ojitos y su expresión mientras observaba cada detalle y cada movimiento que yo hacía. Había expectativa en sus ojos. “¿Cómo quedará?” Un detalle particular era la confianza en su mirada.  Él estaba seguro que yo podía arreglar aquello.  En él, no había duda, aun cuando no sabía cuál método, ni qué forma iba a utilizar para hacerlo.  El solo lo sabía.  

Allí sentada al lado de él recordaba la pregunta que yo misma le hice: “¿Quieres ver como lo arreglo?” e inevitablemente pensé: “Hmm…así es nuestro Padre con nosotros.  Así mismo nos pregunta, cuando reconocemos que necesitamos ser “reparados o aun corregidos”, “¿Quieres ver como lo arreglo? ¿Quieres ver como lo reparo? ¿Quieres ver como te sano? ¿Quieres ver como te liberto? ¿Quieres ver como te limpio? ¿Quieres ver?

La Escritura menciona en el libro de Juan capítulo 5, a un hombre enfermo quien estuvo esperando por 38 años que “alguien le bajara a las aguas para recibir su sanidad”.  Más sin embargo, Jesús fue a su encuentro y viéndole enfermo fue a donde él y le preguntó: “¿Quieres ser sano? Y el hombre responde: “no tengo quien me ayude”, porque como seres humanos queremos ver la lógica a todo y pensamos que Jesús necesita ayuda. Y Jesús solo le dijo: “Toma tu lecho y anda” y fue sano en aquel instante. La respuesta que Jesús espera es un Si o un No. Nuestro Padre siempre quiere repararnos.  Siempre habrá un “Si” de parte de Dios.

Siempre la invitación estará abierta para nosotros.  Te pregunto: “¿Quieres ver como lo hace?” Ten un corazón fuerte y valiente para reconocer que necesitas un toque de Su mano y seguido de eso, la expectativa de un niño para ser testigo de lo que Dios hará contigo.  Yo he sido testigo de como mi Padre me ha reparado incontables veces con el mismo amor.  Unas veces ha dolido más que otras, pero al final, he visto el resultado.  El sabe “cual aguja e hilo” es mejor para nosotros. Cuál será el resultado: libertad, sanidad, corrección, ser levantada, ser fortalecida y aún con una “cicatriz” bastante visible, verme con él me vé.

Mi oración para ti es que hoy seas capaz de decir: “Necesito arreglar esto… puedes arreglarlo tú? Y te aseguro que el Padre te mirará con ojos de amor y te dirá: “¿Quieres ver cómo lo hago?” y entonces serás testigo de Su cuidado y de Su amor para contigo.  No todo está perdido. Ninguna rotura, ningún fracaso, ningún abuso, ningún maltrato, ningún trauma, ningún abandono, son demasiado grandes para él.  Jesus te dice una vez más: “¿Quieres ver cómo lo hago?”. Queda de tu parte decir: “Si, quiero”.

Con amor, Lis

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